Medio ambiente: reflexiones de Fidel Castro
Reflexiones de Fidel Castro:
Los peligros que nos amenazan
(El líder de la Revolución Cubana sostiene que la especie humana ha
creado la capacidad de destruirse a sí misma por la producción y el
empleo de decenas de armas nucleares y otras formas de exterminio.
Denuncia que el mayor peligro deriva de la decisión de líderes con
tales facultades en la toma de decisión. Agrega que el error y la
locura, tan frecuentes en la naturaleza humana, pueden conducir a
increíbles catástrofes. Por ello exhorta a que «la verdad prevalezca
por encima de la mezquindad y las mentiras con que el imperialismo
engaña y confunde a los pueblos»)
No se trata de una cuestión ideológica relacionada con la esperanza
irremediable de que un mundo mejor es y debe ser posible.
Es conocido que el homo sapiens existe desde hace aproximadamente 200
mil años, lo que equivale a un minúsculo espacio del tiempo
transcurrido desde que surgieron las primeras formas de vida
elementales en nuestro planeta hace alrededor de tres mil millones de años.
Las respuestas ante los insondables misterios de la vida y la
naturaleza han sido fundamentalmente de carácter religioso. Carecería
de sentido pretender que fuese de otra forma, y tengo la convicción de
que nunca dejará de ser así. Mientras más profundiza la ciencia en la
explicación del universo, el espacio, el tiempo, la materia y la
energía, las infinitas galaxias y las teorías sobre el origen de las
constelaciones y estrellas, los átomos y fracciones de los mismos que
dieron origen a la vida y la brevedad de la misma, y los millones y
millones de combinaciones por segundo que rigen su existencia, más
preguntas se hará el hombre en busca de explicaciones que serán cada
vez más complejas y difíciles.
Mientras más se enfrascan los seres humanos en buscar respuestas a tan
profundas y complejas tareas que se relacionan con la inteligencia,
más valdrán la pena los esfuerzos por sacarlos de su colosal
ignorancia sobre las posibilidades reales de lo que nuestra especie
inteligente ha creado y es capaz de crear. Vivir e ignorarlo es la
negación total de nuestra condición humana.
Algo, sin embargo, es absolutamente cierto, muy pocos se imaginan cuán
cerca puede estar la desaparición de nuestra especie. Hace casi 20
años, en una Cumbre Mundial sobre el Medio Ambiente en Río de Janeiro,
abordé ese peligro ante un público selecto de Jefes de Estado y de
Gobierno que escuchó con respeto e interés, aunque nada preocupado por
el riesgo que veía a distancia de siglos, tal vez milenios. Para
ellos, con seguridad, la tecnología y la ciencia, más un sentido
elemental de responsabilidad política, serían capaces de enfrentarlo.
Con una gran foto de personajes importantes, los más poderosos e
influyentes entre ellos, concluyó feliz aquella importante Cumbre. No
había peligro alguno.
Del cambio climático apenas se hablaba. George Bush, padre, y otros
relumbrantes líderes de la Alianza Atlántica, disfrutaban la victoria
sobre el campo socialista europeo. La Unión Soviética fue desintegrada
y arruinada. Un inmenso caudal del dinero ruso pasó a los bancos
occidentales, su economía se desintegró, y su escudo defensivo frente
a las bases militares de la OTAN, había sido desmantelado.
A la antigua superpotencia que aportó la vida de más de 25 millones de
sus hijos en la segunda guerra mundial, le quedó solo la capacidad de
respuesta estratégica del poder nuclear, que se había visto obligada a
crear después que Estados Unidos desarrolló en secreto el arma atómica
lanzada sobre dos ciudades japonesas, cuando el adversario vencido por
el avance incontenible de las fuerzas aliadas no estaba ya en
condiciones de combatir.
Se inició así la Guerra Fría y la fabricación de miles de armas
termonucleares, cada vez más destructivas y precisas, capaces de
aniquilar varias veces la población del planeta. El enfrentamiento
nuclear sin embargo continuó, las armas se hicieron cada vez más
precisas y destructivas. Rusia no se resigna al mundo unipolar que
pretende imponer Washington. Otras naciones como China, India y Brasil
emergen con inusitada fuerza económica.
Por primera vez, la especie humana, en un mundo globalizado y repleto
de contradicciones, ha creado la capacidad de destruirse a sí misma. A
ello se añaden armas de crueldad sin precedentes, como las
bacteriológicas y químicas, las de napalm y fósforo vivo, que son
usadas contra la población civil y disfrutan de total impunidad, las
electromagnéticas y otras formas de exterminio. Ningún rincón en las
profundidades de la tierra o de los mares quedaría fuera del alcance
de los actuales medios de guerra.
Se conoce que por estas vías han sido creados decenas de miles de
artefactos nucleares, incluso de carácter portátil.
El mayor peligro deriva de la decisión de líderes con tales facultades
en la toma de decisión, que el error y la locura, tan frecuentes en la
naturaleza humana, pueden conducir a increíbles catástrofes.
Han transcurrido casi 65 años desde que estallaron los dos primeros
artefactos nucleares, por la decisión de un sujeto mediocre que tras
la muerte de Roosevelt quedó al mando de la poderosa y rica potencia
norteamericana. Hoy son ocho los países que, en su mayoría por el
apoyo de Estados Unidos, disponen de esas armas, y varios más
disfrutan de la tecnología y los recursos para fabricarlas en un
mínimo de tiempo. Grupos terroristas, enajenados por el odio, podrían
ser capaces de acudir a ellas, del mismo modo que gobiernos
terroristas e irresponsables no vacilarían en usarlas dada su conducta
genocida e incontrolable.
La industria militar es la más próspera de todas y Estados Unidos el
mayor exportador de armas.
Si de todos los riesgos mencionados se libera nuestra especie, existe
uno todavía mayor, o al menos más ineludible: el cambio climático.
La humanidad cuenta hoy con siete mil millones de habitantes, y
pronto, en un plazo de 40 años, alcanzará nueve mil millones, una
cifra nueve veces mayor que hace apenas 200 años. En tiempos de la
antigua Grecia, me atrevo a suponer que éramos alrededor de 40 veces
menos en todo el planeta.
Lo asombroso de nuestra época es la contradicción entre la ideología
burguesa imperialista y la supervivencia de la especie. No se trata ya
de que exista la justicia entre los seres humanos, hoy más que posible
e irrenunciable; sino del derecho y las posibilidades de supervivencia
de los mismos.
Cuando el horizonte de los conocimientos se amplía hasta límites jamás
concebidos, más se acerca el abismo adonde la humanidad es conducida.
Todos los sufrimientos conocidos hasta hoy son apenas sombra de lo que
la humanidad pueda tener por delante.
Tres hechos ocurrieron en solo 71 días, que la humanidad no puede
pasar por alto.
El 18 de diciembre de 2009, la comunidad internacional sufrió el mayor
descalabro de la historia, en su intento de buscar solución al más
grave problema que amenaza el mundo en este instante: la necesidad de
poner fin con toda urgencia a los gases de efecto invernadero que
están provocando el más grave problema enfrentado hasta hoy por la
humanidad. Todas las esperanzas habían sido puestas en la Cumbre de
Copenhague después de años de preparación con posterioridad al
Protocolo de Kyoto, que el Gobierno de Estados Unidos --el más grande
contaminador del mundo-- se había dado el lujo de ignorar. El resto de
la comunidad mundial, 192 países, esta vez incluyendo a Estados
Unidos, se habían comprometido a promover un nuevo acuerdo. Fue tan
vergonzoso el intento norteamericano de imponer sus intereses
hegemónicos que, violando elementales principios democráticos, intentó
establecer condiciones inaceptables para el resto del mundo de forma
antidemocrática, en virtud de compromisos bilaterales con un grupo de
los países más influyentes de las Naciones Unidas.
A los Estados que integran la organización internacional se les invitó
a firmar un documento que constituye una burla, en el que se habla de
aportes futuros meramente teóricos para frenar el cambio climático.
No habían transcurrido todavía tres semanas cuando, al atardecer del
12 de enero, Haití, el país más pobre del hemisferio y el primero en
poner fin al odioso sistema de la esclavitud, sufrió la mayor
catástrofe natural en la historia conocida de esta parte del mundo: un
terremoto de 7,3 grados en la escala Richter, a solo 10 kilómetros de
profundidad y a muy corta distancia de la orilla de sus costas, golpeó
la capital del país, en cuyas débiles casas de barro vivían la inmensa
mayoría de las personas que resultaron muertas o desaparecidas. Un
país montañoso y erosionado de 27 mil kilómetros cuadrados, donde la
leña constituye prácticamente la única fuente de combustible doméstica
para nueve millones de personas.
Si en algún lugar del planeta una catástrofe natural ha constituido
una inmensa tragedia es Haití, símbolo de pobreza y subdesarrollo,
donde viven los descendientes trasladados de África por los
colonialistas para trabajar como esclavos de los amos blancos.
El hecho conmocionó al mundo en todos los rincones del planeta,
estremecido por las imágenes fílmicas divulgadas que rayaban en lo
increíble. Los heridos, sangrantes y graves, se movían entre los
cadáveres clamando por auxilio. Bajo los escombros yacían los cuerpos
de sus seres queridos sin vida. El número de víctimas mortales, según
cálculos oficiales, superó las 200 mil personas.
El país ya estaba intervenido por fuerzas de la MINUSTAH, que las
Naciones Unidas enviaron para restablecer el orden subvertido por
fuerzas mercenarias haitianas que, instigadas por el Gobierno de Bush,
se lanzaron contra el Gobierno elegido por el pueblo haitiano. Algunos
edificios donde moraban soldados y jefes de las fuerzas de paz también
se desplomaron, causando dolorosas víctimas.
Los partes oficiales estiman que, aparte de los muertos, alrededor de
400 mil haitianos fueron heridos y varios millones, casi la mitad de
la población total, sufrieron afectaciones. Era una verdadera prueba
para la comunidad mundial, que después de la bochornosa Cumbre de
Dinamarca estaba en el deber de mostrar que los países desarrollados y
ricos serían capaces de enfrentar las amenazas del cambio climático a
la vida en nuestro planeta. Haití debe constituir un ejemplo de lo que
los países ricos deben hacer por las naciones del Tercer Mundo ante el
cambio climático.
Se puede creer o no, desafiando los datos, a mi juicio irrebatibles,
de los más serios científicos del planeta y la inmensa mayoría de las
personas más instruidas y serias del mundo, quienes piensan que al
ritmo actual de calentamiento, los gases de efecto invernadero
elevarán la temperatura no sólo 1,5 grados, sino hasta 5 grados, y que
ya la temperatura media es la más alta en los últimos 600 mil años,
mucho antes de que los seres humanos existieran como especie en el planeta.
Es absolutamente impensable que nueve mil millones de seres humanos
que habitarán el mundo en el 2050 puedan sobrevivir a semejante
catástrofe. Queda la esperanza de que la propia ciencia encuentre
solución al problema de la energía que hoy obliga a consumir en 100
años más el resto del combustible gaseoso, líquido y sólido que la
naturaleza tardó 400 millones de años en crear. La ciencia tal vez
puede encontrar solución a la energía necesaria. La cuestión sería
saber cuánto tiempo y a qué costo los seres humanos podrán enfrentar
el problema, que no es el único, ya que otros muchos minerales no
renovables y graves problemas requieren solución. De una cosa podemos
estar seguros, a partir de todos los conceptos hoy conocidos: la
estrella más próxima está a cuatro años luz de nuestro Sol, a una
velocidad de 300 mil kilómetros por segundo. Una nave espacial tal vez
recorra esa distancia en miles de años. El ser humano no tiene otra
alternativa que vivir en este planeta.
Parecería innecesario abordar el tema si a solo 54 días del terremoto
de Haití, otro increíble sismo de 8,8 grados de la escala Richter,
cuyo epicentro estaba a 150 kilómetros de distancia y 47,4 de
profundidad al noroeste de la ciudad de Concepción, no ocasionara otra
catástrofe humana en Chile. No fue el mayor de la historia en ese
hermano país, se dice que otro alcanzó 9 grados, pero esta vez no fue
solo un fenómeno de efecto sísmico; mientras en Haití durante horas se
esperó un maremoto que no se produjo, en Chile el terremoto fue
seguido por un enorme tsunami, que apareció en sus costas entre casi
30 minutos y una hora después, según la distancia y datos que todavía
no se conocen con toda precisión y cuyas olas llegaron hasta Japón. De
no ser por la experiencia chilena frente a los terremotos, sus
construcciones más sólidas y sus mayores recursos, el fenómeno natural
habría costado la vida a decenas de miles o tal vez cientos de miles
de personas. No por ello dejó de ocasionar alrededor de mil víctimas
mortales, según datos oficiales divulgados, miles de heridos y tal vez
más de dos millones de personas sufrieron daños materiales. Casi la
totalidad de su población de 17 millones 94 mil 275 habitantes, sufrió
terriblemente y aún padece las consecuencias del sismo que duró más de
dos minutos, sus reiteradas réplicas, y las terribles escenas y
sufrimientos que dejó el tsunami a lo largo de sus miles de kilómetros
de costa. Nuestra Patria se solidariza plenamente y apoya moralmente
el esfuerzo material que la comunidad internacional está en el deber
de ofrecerle a Chile. Si algo estuviera en nuestras manos, desde el
punto de vista humano, por el hermano pueblo chileno, el pueblo de
Cuba no vacilaría en hacerlo.
Pienso que la comunidad internacional está en el deber de informar con
objetividad la tragedia sufrida por ambos pueblos. Sería cruel,
injusto e irresponsable dejar de educar a los pueblos del mundo sobre
los peligros que nos amenazan.
¡Que la verdad prevalezca por encima de la mezquindad y las mentiras
con que el imperialismo engaña y confunde a los pueblos!
Fidel Castro Ruz
Marzo 7 de 2010
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