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Arquetipos de Jung

 




El gran terapeuta que fue Carl Gustav Jung recién empieza a ver reconocida la enorme importancia de su extensa obra, después de varias décadas de menosprecio académico. Su exploración en las profundidades de la psiquis lo llevó a estudiar exhaustivamente la filosofía, la mitología, la alquimia, las religiones orientales y el misticismo occidental. Se interesó también con igual dedicación en el tarot, el I Ching, la astrología, los Onvis, los mandalas, las culturas de los pueblos primitivos en Africa y América del Norte, las civilizaciones india, china y japonesa... De él pudo haberse dicho «Nada humano me es ajeno».

Revolucionó el paradigma mecanicista de la psicología, recalcando la importancia del inconsciente por sobre la del consciente, lo misterioso en lugar de lo conocido, lo místico en lugar de lo científico, lo creativo en lugar de lo productivo y lo religioso en lugar de lo profano.

Uno de sus conceptos claves es el «inconsciente colectivo», fundamento del inconsciente personal, y que vincula al individuo con el conjunto de la humanidad. Descubrió que en los sueños y los mitos subyacen elementos de este inconsciente colectivo que él denominó «arquetipos». Estos no pueden comprenderse directamente por análisis intelectual, sino sólo mediante los símbolos y el lenguaje de la mitología. El arquetipo es el modelo a partir del cual se configuran las copias: es el patrón subyacente, el punto inicial a partir del cual algo se despliega.

Jung distinguía entre arquetipos e imágenes arquetípicas. Reconoció que lo que llega a nuestra consciencia son siempre las imágenes, o sea las manifestaciones concretas y particulares de los arquetipos las que - según él - «nos impresionan, influyen y fascinan». Sin embargo, los arquetipos mismos carecen de forma y no son visualizables. «El arquetipo, como tal es un factor psicoide que pertenece, por así decir, al extremo invisible y ultravioleta del espectro psíquico.» Agregaba que son vacíos y carentes de forma, sólo podemos sentirlos cuando se llenan de contenido individual.

El interés de Jung por las imágenes arquetípicas refleja más énfasis en la forma del pensamiento inconsciente que en su contenido. Nuestra capacidad para responder a experiencias como criaturas creadoras de imágenes es heredada. Las imágenes arquetípicas no son restos de un pensamiento arcáico sino parte de un sistema viviente de interacciones entre la mente humana y el mundo exterior. Las mismas imágenes arquetípicas que aparecen en los sueños dieron origen a las remotas mitologías y religiones que han habido en la historia de la humanidad. Para Jung, esta capacidad de crear imágenes, y no la razón, es la verdadera función que nos hace humanos. Atender a estas imágenes - que no son ideas traducidas, sino el lenguaje natural del alma - nos ayuda a liberarnos de la opresión de las maneras de pensar verbal y racional que han limitado nuestra creatividad.

El pensamiento simbólico es asociativo, analógico, cargado de afecto, animista, antropomórfico. Puede parecer más pasivo que el pensamiento organizativo y conceptual pues, a diferencia de los pensamientos, sentimos las imágenes como algo que recibimos más que algo fabricado por nosotros (la inspiración del artista). Nuestra vinculación con las imágenes arquetípicas puede comprometernos con la visión de un mundo interior, que puede salvarnos de la trampa de la separatividad entre sujeto y objeto.

Las imágenes arquetípicas son percibidas como independientes de nuestra experiencia personal, nos resultan inexplicables a partir de nuestro conocimiento consciente. Nos sentimos en contacto con algo desconocido hasta ese momento, y generalmente nos asombra descubrir similitudes entre las imágenes y temas de nuestros sueños con los que aparecen en mitos y leyendas de los que no teníamos un conocimiento previo. El impacto que nos produce constatar estas semejanzas es muy poderoso.

Jung siempre hizo notar que las imágenes arquetípicas están tan conectadas con el pasado como con el futuro. Por eso son transformadoras. Decía: «El Yo no sólo contiene el depósito y la totalidad de toda la vida pasada, sino que también es un punto de arranque, el suelo fértil a partir del cual brotará toda vida futura. 
La premonición del futuro está tan claramente impresa en nuestros pensamientos más íntimos como lo está el aspecto histórico». Estas imágenes se nos presentan como líneas indicadoras que nos muestran el camino, sin obligarnos a seguirlo. «La vida no sigue líneas rectas, ni líneas cuyo curso pueda verse con gran antelación».

El modo que tenía Jung de trabajar con imágenes arquetípicas no era la interpretación o traducción al lenguaje conceptual, o la reducción a una imagen más general o abstracta, sino lo que él llamaba «amplificación»: conectar la imagen al mayor número posible de imágenes asociadas, manteniendo así fluyente el proceso imaginativo. Se trataba de comunicarse con la multiplicidad, la fecundidad, la interconexión vital entre ellas, no analizar la dependencia que pudieran tener con un origen común. Amplificar significa ir mucho más lejos de la estrecha identidad personal y «recordarnos con una imaginación más amplia» que nos llevaría al ámbito transpersonal.

Jung también trascendió las limitaciones de la ciencia mecanicista describiendo una forma de conexión no causal de acontecimientos a la que llamó «sincronicidad» y que está en relación con ciertos descubrimientos de la física moderna. Se dice que el propio Einstein le alentó a desarrollar este concepto y el físico Pauli colaboró con Jung en escribir un libro sobre ese tema.

Para Jung, la mente es como un sistema autoorganizado, regido por una fuerza creativa y cósmica y que tiende a desarrollarse hacia una integración cada vez mayor. El papel del terapeuta es apoyar este proceso de integración que une nuestros aspectos tanto conscientes como inconscientes. El decía: «El terapeuta debe ser como un médico partero, que ayuda a dar a luz lo que el paciente tiene en su interior».

Le interesaba sobremanera la colaboración entre el Oriente y el Occidente en relación a los caminos de crecimiento personal ofrecido por ambos. Es sorprendente la capacidad perceptiva demostrada por Jung en sus comentarios sobre el budismo tibetano, la India y el yoga, el taoísmo y la meditación zen. No sólo era capaz de comprender lo que para la mayoría de la gente occidental de su época eran sólo experiencias extrañas, sino que consigue relacionarlas con perspectivas occidentales de naturaleza semejante. Resulta difícil valorar en su totalidad estos comentarios que aparecen generalmente en prefacios a libros de alumnos y amigos suyos. Realmente, desempeñó un papel significativo en la introducción de las religiones orientales en el público occidental. Su influencia, ciertamente, ha ayudado a que en Occidente se aprecien la religión y el pensamiento oriental. Eso no impidió que él - con extraordinario buen juicio - nos previniera contra la adopción indiscriminada de religiones extranjeras acompañada del abandono de los fundamentos occidentales.

«Quiero hacer una advertencia muy especial contra el intento de imitar las prácticas y sentimientos orientales. Nada bueno surgirá de ello, a no ser una anulación artificial de nuestra inteligencia occidental. No pueden ni deben abandonar su comprensión occidental: más bien deberían acudir a ellas (estas prácticas) sin imitaciones ni sentimentalismos, para comprender en la medida que es posible a la mente occidental».

Una gran mayoría de los jóvenes occidentales que se fascinaron con las disciplinas orientales, al empezar
a someterse a ellas, se desalentaron al darse cuenta de todo el esfuerzo y la devoción que se necesitaba durante un largo período de tiempo en el que no se producían los resultados que ellos esperaban. Otros se rapaban la cabeza o usaban extrañas coletas, además de estrafalarias vestiduras, sin que dieran muestras de algún apreciable progreso en su crecimiento personal. Por otra parte, ha habido cierto número de gente que sí ha sido capaz de sumergirse en técnicas y puntos de vista orientales, no sólo sin ningún riesgo para su salud psíquica, sino con una expansión del conocimiento de sí que no habría sido posible adquirir de otra manera.

Estas excepciones positivas no contradicen las advertencias de Jung. El no se equivocaba al señalar que
la asimilación de un punto de vista extranjero, con la consiguiente pérdida de las raíces propias, no es una propuesta demasiado atractiva. Lo ideal es - además de mantenerse en lo propio y aplicar la crítica y actitudes peculiares del occidental a nuestra interioridad - tener en consideración, y procurar comprender, filosofías basadas en concepciones opuestas a las habituales como una manera de alcanzar así una totalidad más integrante. Quienes han leído la autobiografía de Jung recordarán cómo en un sueño descubrió que él era un yogui en profunda meditación, meditando la vida que el soñante vivía.

Este equilibrio entre Oriente y Occidente fue exactamente lo que Jung mantuvo durante su larga vida. En sus escritos mantuvo una actitud científica estricta, pero apreciando y honrando siempre el material psicológico que tenía entre manos. Nunca abandonó la religión de su nacimiento y sus ancestros, por muy amplias que fueran sus apreciaciones sobre las religiones orientales, las que se contraponían con la fe aceptada por la sociedad de su época. Era un ser ecuménico en el sentido más profundo de la palabra. Sus conexiones psicológicas eran múltiples. En algunos de sus sueños aparecían experiencias del politeísmo griego, del judaísmo y del cristianismo. En otros, había temas hindúes, budistas, alquímicos o gnósticos. Jung fue quizás el primer hombre moderno que «habiendo perdido su alma», la encontró en su experiencia individual, pero conservando sus lazos con las religiones del pasado. El explicaba la etimología de «religio» como «observación cuidadosa de lo numinoso», pero su actitud vital se conectaba más con el otro posible origen de la palabra, que significa «enlazando hacia atrás». Jung se comunicaba plenamente con el pasado, en forma histórica y psicológica, con gran respeto.

 

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