El poema de Bran
Llevo una rama del manzano de Emain,
Parecida a las que ya conoces.
Crecen en ella ramitas de plata blanca
y hermosos capullos cristalinos de flores.
Hay una isla muy lejos de estas tierra,
alrededor de la cual reflulgen caballitos de mar blancos.
Trazan contra sus orillas su blanco rostro,
y se mantiene sobre cuatro fuertes pilares.
Hay un viejo árbol en flor
sobre el que alegres pájaros cantas a todas horas.
En la más dulce armonía
combinan su canto para marcar las horas.
No se conocen tristezas, no hay sufrimientos aquí,
no hay enfermedad, muerte o pena.
Tal es la vida del justo Emain,
una vida que no se halla en este mundo.
Aparecen entonces unas huestes por la brillante agua,
reman su nave hábilmente hacia la playa,
donde están en círculo brillantes piedras,
y una música dulce y libre de ella se eleva.
A través del tiempo hacia la muchedumbre reunida
cantan una canción que nunca tiñe la tristeza;
cantos de voces, todas a coro,
en plegaria de vida y canción de vida eterna.
Emain de muchas formas junto al mar,
tanto si está lejos como si está cerca,
en brillantes tonos las mujeres pasean,
rodeadas por el limpio y brillante mar.
Y si oyes la dulce voz de las rocas
y los pájaros cantores de la Tierra en Paz,
al alcance de la mano de esas mujeres caminarán;
pues nadie aquí sólo necesita caminar.
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