La diosa en su aspecto de madre
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!
Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.
Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).
Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!
- Deméter entre los griegos, encargada de la fertilidad de la Tierra y las cosechas. Está íntimamente relacionada con Perséfone o Proserpina, un aspecto de la Doncella.
- Gaia, anterior a la mitología olímpica griega, representaba la Tierra, y fue quien dio a luz a los Titanes. Curiosamente hoy en día se le da su nombre a la Tierra nuevamente, dentro del marco de la teoría de la tierra como un único organismo vivo.
- Isis para los egipcios, llamada tambien la Gran Madre Creadora y Dadora de Vida, y asociada con la Luna. Es conocida la relación mitológica que le daban con las crecidas del Nilo, que regían la vida agricultora del pueblo.
- Badb, en Irlanda, la madre dentro de una Trinidad junto a Anu y Macha, poseía un caldero mágico como símbolo del vientre primigenio, era también conocida por lo acertado de sus profesías.
- Freya en la mitología nórdica, considerada la líder del Disir, las Matriarcas Divinas. Intimamente relacionada con la magia, tenía la abilidad de volar, y dos gatos, Bygul y Trjegul tiraban de su carro.
- Pachamama, la Madre Tierra de los Incas, todavía es reverenciada en rituales sincréticos con influencias cristianas. Se podría decir que es imagen más conocida de la Diosa Madre dentro de América Latina.
Arquetipos de la Madre
Por Alexis López Tapia
Todos los Arquetipos tienen una cantidad imprevisible de aspectos. El caso de la Madre no es la excepción. Citando sólo algunas de sus formas típicas tenemos: la madre y la abuela personales; la madrastra y la suegra; cualquier mujer con la que se está en relación, incluyendo la «nana» o niñera; el remoto antepasado femenino «la eva negra» y la mujer blanca; en sentido figurado, más elevado, la Diosa, especialmente la Madre de Dios —la Virgen—, como madre rejuvenecida, por ejemplo Demeter y Ceres; Sophia, como madre-amante, a veces también del tipo Cibeles-Atis, o como hija —madre-rejuvenecida, amante—; la meta del anhelo de salvación, el paraíso, el reino de Dios, el Walhala. En sentido más amplio la iglesia, la universidad, la ciudad el país, el cielo, el bosque; el mar y el estanque; la materia, el inframundo y la luna.
La Madre Tierra en su infinidad de denominaciones: Como indica la investigadora Bárbara Walker:
«A la tierra se le han dado miles de nombres femeninos -Asia, Africa, Europa- recibieron el nombre de manifestaciones de la Diosa. Diversos países llevaban el nombre de alguna antepasada o de otra manifestación de la Diosa: Libia, Rusia, Anatolia, Lacio, Holanda, China, Jonia, Akkad, Caldea, Escocia [Scotia], Irlanda [Eriu, Erin, Hera], fueron sólo unos pocos. Cada nación dio a su propio territorio el nombre de su propia Madre Tierra».
En América, la divinidad existía bajo los nombres de Pacha-Mama o Mamanchic para los Incas; Mapupara los Mapuches; Ixchel, la Hera del panteón Maya; Coatlicue para los Aztecas; la Nuna de los esquimales; Tacoma de los Salish; Maka Ina de los Siux Oglalas; Iyatiku de los Keres y Kokyang Wuthi de los Hopis, además de otros muchos. En Africa era Mawu; Nin-hursag en Sumer; Hepat en Babilonia, Mami en Mesopotamia; Isis o Hator en Egipto; Innana, Astarté, Ishtar o Asherah en Oriente Medio; Rhea en Creta; Kubaba en Turquía, Cibeles en Grecia; Semele en Tracia y Frigia;Zemyna en Lituania; Pele en Hawai... la lista es interminable.
El historiador del arte Merlin Stone comenta:
«No nos... encontramos ante una desconcertante miríada de deidades, sino ante una variedad de títulos que son el resultado de lenguajes y dialécticas diversos, pero cada uno de los cuales se refiere a una divinidad femenina muy parecida... se hace evidente que la deidad femenina en el Próximo Oriente, en Oriente Medio y en muchas otras partes del mundo, era venerada como Diosa, del mismo modo que la gente hoy piensa en Dios».
En sentido más estricto, como sitio de nacimiento o de engendramiento: el campo, el jardín, el peñasco, la cueva, el árbol, el manantial, la fuente profunda, la pila bautismal, la flor como vasija —copihües, rosas, lotos—; como círculo mágico o mandala; como el tipo de la cornucopia, el cuerno de la abundancia, y en sentido aún más estricto, la matriz, el útero, el huevo, toda forma hueca —la tuerca por ejemplo—, el horno, la olla, etc., y como animal, la vaca, el perro, la liebre y todos los animales útiles en general, incluyendo a los primitivos animales asociados a la Diosa que ha estudiado la arqueóloga Marija Gimbutas, como el carnero, el búho, la serpiente, el buitre, el jabalí, el sapo, la rana, el pez, el toro, la abeja y la mariposa.
Todos estos símbolos pueden ser ambivalentes, tener un sentido positivo, favorable, fasto, o un sentido negativo, desfavorable, nefasto.
Un aspecto ambivalente son las diosas del destino —Parcas, Moiras, Graeas, Nornas—. Un aspecto nefasto la bruja, el dragón y todo animal que envuelve a sus víctimas en un abrazo, como un gran pez o la serpiente, la tumba, el sarcófago, la profundidad de las aguas, la muerte, el fantasma nocturno y el cuco, Lilith, etc. En su aspecto positivo puede ser un Hada, una Princesa, etc.
Esta enumeración no pretende de ningún modo ser completa, sólo señala rasgos esenciales del Arquetipo de la Madre. Las características de éste son: lo «materno»; la autoridad mágica de lo femenino; la sabiduría y la altura espiritual que está más allá del entendimiento racional; lo bondadoso, protector, sustentador, dispensador de crecimiento, fertilidad y alimento; los sitios de la transformación mágica, del renacimiento; el impulso o instinto benéficos; lo secreto, lo oculto, lo sombrío, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo que provoca miedo y no permite evasión.
Si bien es cierto que la figura de la madre que nos ofrece la psicología de los pueblos es —como hemos visto— universal, esa imagen sufre modificaciones de no poca consideración en la experiencia práctica individual.
En este terreno parecería resaltar en primer término la significación aparente de la propia madre, no obstante, Jung señala que sólo adjudica una limitada significación a la madre personal. Con ello hace ver que todos los efectos de la madre sobre la psique infantil tan descritos en la literatura, no provienen meramente de la madre personal, sino más bien del arquetipo proyectado sobre la madre, el cual da un fondo mitológico a ésta, y le presta de ese modo su autoridad y numinosidad.
La madre personal entonces, sólo influye en el hijo o hija en la medida en que estos proyectan el Arquetipo Materno sobre ella, y ello tiene más que ver con un desarrollo peculiar, propio de la fantasía infantil, que con los efectos traumáticos que había señalado Freud.
Por esta razón Jung afirmará que —en aquellos casos de pretendida neurosis infantil—, él comenzará buscando la neurosis en la madre, pues es mucho más probable que un niño se desarrolle normal que neuróticamente, y porque en la mayoría de los casos se puede demostrar la existencia de causas definitivas de perturbación en los padres, especialmente en la madre. Por ello, los contenidos de fantasías «anormales», sólo en parte deben vincularse con la madre personal, puesto que muchas veces poseen contenidos que van mucho más allá de los que podría atribuirse a una persona real.
Para efectos de nuestro artículo, la importancia fundamental de Arquetipo de la Madre se relaciona con su cualidad generatriz, que indiscutiblemente es su carácter básico. Bajo este aspecto, podemos sostener desde una perspectiva psicológica la posibilidad efectiva de que las primeras formas sociales hayan correspondido a matriarcados, con un control social sutilmente manejado por el sexo femenino. Ello, porque no tan sólo la mayoría de las religiones nos habla de la Diosa —en sus múltiples aspectos—, como anterior y preeminente sobre los Dioses, sino porque esta imagen paradigmática se condice plenamente con las principales etapas de la maduración de un hombre, incluyendo los ritos de iniciación y separación del regazo materno.
De este modo, la psicología jungiana reafirma conceptos que surgen del pasado remoto de los pueblos, y permite comprender fenómenos que —bajo otras premisas conceptuales—, sólo tendrían una muy débil conexión con la realidad.
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