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Los augures romanos, primera parte

Los augures eran teólogos romanos encargados de conservar las reglas tradicionales relativas a la observación e interpretación de los signos naturales que constituían los auspicios. La etimología de su nombre debe buscarse en el fenómeno del vuelo de las aves que fue su principal motivo de observación. Como podía decirse de ellos que conducían en cierto modo a las aves, con las voces avis y gerere debieron componerseaugurium y augur. Todo auspicium explicado se convertía en un augurium, y un augur era un aspex capaz de fundar sus observaciones en reglas tradicionales. Algunos autores emplean auspicia y auguria como términos sinónimos. En cuanto al origen del arte augural, venía de la ciencia de los etruscos y del arte mántica los griegos, de manera que como práctica era más antigua que Roma misma, y lo confirma la tradición de que la ciudad fue fundada con auspicios por un rey augur que había hecho su educación religiosa en Gabias. El Estado tenía sus augures, pero nada impide el suponer que hubiera también augures privados a quienes se dirigieran los particulares para hacer sus consultas religiosas. El famoso Attus Navius fue augur libre o privado antes de que Tarquino le hiciera augur real o público. 
        Los augures del Estado formaban una corporación denominada 
Colegio de los Augures. Tenían sus reuniones en un templo especial de que habla Cicerón, gozaban de ciertas inmunidades garantizadas por la inamovilidad de sus empleos, sin que por esto pudieran rehusar su ministerio a los magistrados o a los pontífices máximos para las inauguraciones sacerdotales. Dichos colegios tuvieron un carácter más político que religioso, y más que sacerdotes los augures eran casuistas o «intérpretes de Júpiter,» encargados de velar por las reglas de la adivinación. Los libros augurales eran: 1.º rituales, quizá los libri reconditi, que contenían la indicación precisa del ceremonial que debía observarse y las fórmulas propias para pronunciar en los casos previstos; 2.º los comentarios o resúmenes de las decisiones oficiales (Decreta augurum) que de edad en edad habían esclarecido y fijado la ciencia augural. En un principio los archivos augurales y el arte augural fueron como un misterio impenetrable para los profanos. Su principal objeto era el estudio del vuelo de las aves cuando este fenómeno ocurría en un lapso de tiempo dado o en un espacio dado a partir de la fórmula especial pronunciada por el impetrante, y en ese lapso de tiempo se distinguía un momento crítico o supremo (tempestus), probablemente aquél en que la observación iba a concluir. El espacio dado era lo que ellos llamaban el templo, entendiéndose por tal una porción de la bóveda celeste comprendida entre límites ideales trazados por el lituo o bastón augural y la porción de superficie terrestre que les correspondía, limitada por puntos de mira, generalmente árboles. El templo romano era más sencillo que el etrusco, estando orientado por dos líneas perpendiculares (cardodecumanus) que se cortaban en el centro (decussis), punto en que se colocaba el observador, correspondiendo los extremos de las líneas a los cuatro puntos cardinales. No en todas las épocas se orientó de la misma manera la línea principal, pero siempre determinó la derecha y la izquierda del observador dirigiendo la mirada al plano vertical que pasaba por esa línea. Todos los límites y divisiones del templo se trazaban en ángulos rectos pronunciando ciertas palabras sacramentales.

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