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Lammas: tiempo de cosechar

El viejo y la datilera (cuento sufí)

 

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto se encontraba el viejo Mohamed de rodillas, al lado de unas palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis para que sus camellos abrevaran y vio a Mohamed sudando mientras parecía escarbar en la arena.
-¿Qué tal, anciano? La paz sea contigo.
-Y contigo- contestó Mohamed sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aquí, con este calor y esa pala en las manos?
-Estoy sembrando- contestó el viejo.
-¿Qué siembras aquí, Mohamed?
-Dátiles- respondió Mohamed mientras señalaba el palmar a su alrededor.
-Dátiles- repitió el recién llegado. Y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez del mundo con comprensión-. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
-No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…
-Dime, amigo. ¿Cuántos años tienes?
-No sé… Sesenta, setenta, ochenta… No sé… Lo he olvidado. Pero eso, ¿que importa?
-Mira amigo. Las datileras tardan más de cincuenta años en crecer, y sólo cuando se convierten en palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no te estoy deseando el mal, y lo sabes. Ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente podrás llegar a cosechar algo de lo que hoy estás sembrando. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim. Yo he comido los dátiles que sembró otro, otro que tampoco soñó con comer esos dátiles. Yo siembro hoy para que otros puedan comer mañana los dátiles que estoy plantando… Y aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
-Me has dado una grán lección, Mohamed. Déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me has dado- y, diciendo esto, Hakim puso en la mano del viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembraría. Parecía cierto, y sin embargo, fíjate, todavía no he acabado de sembrar y ya he cosechado una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.

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